domingo, noviembre 30, 2014

Abigael Bohórquez está en un eco.

Hace 19 años, sepultamos al poeta y dramaturgo Abigael Bohórquez. Este sábado 29 de noviembre, en la Villa de Milpa Alta (donde él vivió de 1970a 1976) , se le rindió un sencillo y emotivo homenaje por parte de amigos, antiguos alumnos y admiradores.
Inició con una ofrenda floral a las 5:30 en la casa (Yucatán 26) donde habitó el vate y que, en la práctica, fue la primer casa de cultura de la localidad. Tomó la palabra Víctor Manuel Díaz, rememorando los días en que Abigael los dirigió cuando adolescentes y les enseñó el amor a la palabra a través de la formación de grupos de poesía coral y de teatro, en la secundaria 37, y reflexionó que ahora Abigael es más conocido que cuando estaba vivo. En esta casa se escribió el célebre poemario Memoria en la Alta Milpa.
Acto seguido, nos trasladamos a la Casona (Sonora Sur 9, barrio de Los Ángeles) donde se había montado una especie de altar a la memoria del amado amigo y maestro. En una sala del ala que está en poder de los comuneros. Ahí tomó la palabra Paulino Cruz, quien fungió como maestro de la ceremonia presidida por el recuerdo y un retrato del añorado Abigael.
Victor Manuel Chavira fue vencido por la emoción y su texto fue leído en su lugar por Juana Reyes, donde se inicia leyendo un fragmento de la obra La madrugada del Centauro: "Te amo como creo que amaría a mi primera mujer", se rememoraron las giras de los grupos de poesía y teatro y la visita de grandes artistas como Carlos Pellicer y José Revueltas. "No hemos podido llorar por la nostalgia de no haber sabido valorar en su momento toda esta experiencia; toda la nostalgia de lo que hicimos y en nuestra adolescencia lo vimos como un chiste". Durante cinco años el maestro Abigael los llevó de gira a múltiples ciudades, e incluso ganaron importantes concursos como grupo de poesía y teatro. Se recordaron versos de Memoria en la Alta Milpa:
Aguardo a que la noche se tienda
sobre este forastero que soy
y me quedo tranquilo dentro del vaso.
Es ahí donde vivo,
donde olvido,
y no hay a cien leguas a la redonda
un poeta, escribiéndole al vino,
como yo.

"Y en el paisaje vuelve a creer en Dios la primavera", y otros versos como los de:
Te extraño a toda hora.
Cuando llegas, te extraño más aún.
Porque vienes sin ti,
sin aquello que eras.

Lo que amo.
Todo en el ánimo y fervor de contagiar la lectura de la obra de Abigael Bohórquez.
Seguidamente, el Dr. Francisco Chavira Olivos subrayó: Había un vacío cultural y el maestro lo llenó con la poesía y el teatro, para seguir viviendo y cultivar el amor a la palabra, a la poesía. Por eso hoy le rendimos tributo de gratitud.
Ya hacia el final de las remembranzas, el Dr. Gerardo Bustamante presentó el libro que él mismo recopiló: Dramaturgia reunida, donde por primera vez se presentan 12 obras de Abigael, muchas de ellas inéditas. Abigael, figura anónima todavía en la literatura mexicana. La poesía de Abigael (que es una misma con su teatro) es un acto de desobedencia que se erige como defensa, y cita rebeldes versos del poema "Menú para el generalísimo". Dice Bustamante: "Actualmente estaría escribiendo de Atyozinapa". Fue poeta de protesta, como en Poesida: homenaje a los caídos y rechazados; pero también fue poeta de honda raíz amorosa, incluyendo el amor a su madre (y rememora como muestra de este amor el poema "Carta a Sofía desde ayer"). La única forma de defendernos de tanta atrocidad del gobierno es el arte. Expresó el deseo de reeditar Memoria en la Alta Milpa, que en 2015 cumple 40 años, así como el deseo de convertir la que fue la casa de Abigael en Casa de la Cultura. También se comentó el proyecto de editar un libro de testimonios acerca del añorado vate.
Abigael Bohórquez está en un eco. No ha muerto ni morirá mientras prevalezcan sus palabras y su recuerdo.

lunes, octubre 27, 2014

Flamingo again ("lo más sucio que han tocado mis manos")

"No me sé mi vida, o la sé mal", parafraseando a Abigael Bohórquez. Como en las pasadas dos ocasiones, hablaba del Flamingo, quisiera que por lo menos por un buen tiempo por hoy la tercera fuera la vencida.
Una compañerita muy simpática se refería a él como "El Mugrosito". Razones no faltaban, tan poco afecto al baño era el poeta, que francamente dudo que se haya bañado más de una vez al año.
Pero no era el único que padecía esa falta de higiene. Así era la onda neo-hippie de principios de los noventa. Ahora que me lo topé hace nueve años, el otrora cochambroso galán lució rozagante y recién bañado todo un señor promotor de la cultura oficial de la que tanto repeló cuando joven. Pero, en fin, ser joven y rebelde es casi un pleonasmo.
De él se decían tantas cosas y tanto daba de qué hablar que era un gusto. No por morbo sino por diversión irreverente. Para muestra un botón. En uno de los famosos recitales del ciclo de poesía "Flor y Canto", donde participábamos JD, el Manolo y otros, dio un tremendo show de poesía alternativa. Recuerdo dos detalles. Primero, mientras gritaba "el amor, el amor" penetraba con un plátano un dona destrozando el bizcocho. Segundo, y más tremendo, en unas bolsas blancas (muy parecidas a aquéllas donde ponían los desechos sanitarios en los baños de la escuela) hizo una eclaración de no recuerdo qué carajos y las hizo explotar y, en efecto, contenían papelitos con manchas sepias y otras inmundicias que cayeron sobre el sorprendido público que absorto escuchaba al marihuano poeta. Fue apoteósico. Nunca quise volver a ir aninguno de sus recitales.
Su monumental exceso no obstó para que durante un buen tiempo (mediados y finales de los 90) vendiera "pan artesanal", piropeando a las secretarias del campus. "¿Vas a querer pan, hermosa?"
En la boda de Casildo Rivera con Vero (perdón olvidé su apellido) nos desvelamos bebiendo (1996) en el patio de una casa, hasta Ismael Mercado andaba ahí. Ya muy de mañana, Vero estaba histérica: El pastel de bodas (que por extrañas razones no había sido partido) estaba salpicado de tronchos de barbacoa. Sí, fue el Flamingo el de la gracejada, pero sólo lo supe más tarde. Igual el pastel se veía pintoresco.
Ya puesto este contexto, ¿cuán sucia consideraba a su exnovia Cristina como para calificarla como "lo más sucio que han tocado mis manos"? Nada, que en una convivencia donde estaba el Flamingo y su Cristinita viendo tranquilamente películas en casa de otra pareja "hetero", se le ocurrió al plumífero y a la anfritriona ir al expendio por más cahuamas. De regreso, al abrir la puerta de la casa, no creyó lo ya estaba viendo:
Cristina ensartada con el anfritrión.

domingo, octubre 05, 2014

"Es lo más sucio que han tocado mis manos"

Éramos muy jóvenes, insisto. No tengo diarios escritos de aquéllos años, y para recordar he de fiarme de los caprichosos caminos de la memoria. Esta columna pensaba seguir la linealidad del tiempo, pero se me vuelve imposible, así como los sueños tampoco son lineales. Así, he de volver de momento sobre las hazañas del profeta Flamingo. Profeta-Poeta.
Como en la pasada ocasión, hablaba de el Flamingo y su desapego por las verdades absolutas, también es lindo recordar su impulsividad y sus índoles provocadoras incitantes de la poeticidad. Con sus actitudes irreverentes, su generosidad y su hospitalidad llegado el momento, que no desdecía su animo jocanti.
O espíritu chocarrero.
No era 1994, pero fue poco después. El Flamingo rentaba una pequeña casita por rumbos de donde hace décadas había sido la zona roja de Hermosillo. Ya no había zona roja pero como recuerdo de ella quedaban un conjunto de cuatro regaderas al fondo del patio donde las putas se aseaban en un pasado lejano. ¿O cercano también? Algunas veces tuve por suerte visitar ahí al Flamingo, departir y beber, en medio de la extraña vibra de aquel lugar de semipenumbras que en ocasiones me parecía siniestro o al menos enrarecido.
Recuerdo: Ahí vivía Flamingo con su novia Cristina, mismos que aparecen en una foto de El Imparcial vestidos de negro cuando el día después del sepelio de Abigael Bohórquez. Abigael decía que Cristina era un andrógino, pues era muy bonita pero al mismo tiempo con cierto toque varonil, incluso de la voz (ahora que caigo en cuenta, el Flamingo de aquellos tiempos era muy guapo, incluso parecido a Brad Pitt, y con cierto toque femenino). Se complementaban muy bien. Aunque no terminarían en buenos términos. ¿Cómo lo sé? Por lo que el propio Flamingo me contó. Pero lo dejaré para otra ocasión. Por ahora me conformo con repetir lo que él dijo refiriéndose a ella: "Es lo más sucio que han tocado mis manos"
Es más: Se los cuento el próximo fin de semana. Feliz domingo y gracias por leerme.
 

sábado, septiembre 27, 2014

El Flamingo en 1994

Era por su modo de correr que recibió ese apodo, propio del más excéntrico de nuestros compañeros. Desde Nogales, Sonora, para el mundo. El Flamingo se asumía poeta y artista plástico (¿se asumía o se asume?). He perdido contacto con él.
Sus rasgos estilísticos al correr (dicen, nunca lo vi correr) se reflejaban también en su manera de hablar, gesticular, exponer en clase. De esto último recuerdo su exposición de un capítulo de un libro en clase de Max Figueroa: Iba leyendo párrafos al azar sentado con su falda cuidadosamente acomodada, con mucho estilo, desperdigaba fotocopias y nunca supe de qué carajos iba lo que expuso y creo que tampoco importó demasiado.
Héctor (que así se llamaba o se llama) era del signo piscis y eso tampoco parecía importar demasiado. En una ocasión salimos ebrios de la escuela el Flamingo, Juan Diego, el Manolo y yo, ebrios y hambreados, pero muy contentos, eso sí. Eran como las nueve de la noche y no había nada qué hacer en la escuela, por eso cruzamos la plaza Emiliana de Zubeldía y volteamos una de las casetas donde en aquel 1994 vendían boletos del magno sorteo de la Universidad de Sonora. Risas, caminamos rumbo al Hotel Calinda (hoy oficinas de Tel Cel), seguramente íbamos a la casa de Juan Diego y mientras nos aproximábamos a las afueras del hotel, el Flamingo empezó a decir en tono festivo "me acaba de llegar un giro postal de Nogales, los invito a cenar". A nuestra izquierda, el Fook Lam Moon, un buen restaurante chino que creo todavía funciona. Ahí fuimos.
Llegamos tal cual, jipiosos, pachuli, greñudos, falda, chalecos y guaraches. El mesero nos vio con ostentosa desconfianza. El Manolo, con acento conocedor, empezó a solicitar cierto vino. Cambió el gesto del mesero y nos atendió de lo mejor, cena de reyes.
Llegado el momento, el Flamingo dijo que en realidad no tenía dinero, y que los esclavos debían salir huyendo de la caverna, como bien lo dice en su alegoría Platón. Insistió frente al mesero: "los esclavos deben correr huyendo, como decía Platón". Ya para entonces el mesero estaba convencido de nuestra alta cultura. Al darse la media vuelta, salimos huyendo del restaurante, corrimos sin parar, pasamos junto a la escuela Leona Vicario --ahí el Flamingo brincó la barda de esa escuela para ocultarse y nos diría después llegando a la casa de Juan Diego que en realidad nadie nos perseguía.
La casa de Juan Diego estaba en el cerro de la Campana. Llegando ahí los otros tres desfogamos los intestinos como romanos de la antigüedad. El Flamingo tan tranquilo y riendo.
Muchas otras cosas más hizo el Flamingo, pero se han escrito éstas para que leyéndolas tengáis fe y teniendo fe alcancen la salvación. Así sea.

sábado, septiembre 20, 2014

1994. Yo también me acuerdo...

Yo también me acuerdo que el barril de cerveza (uno de dos) no le servía la serpentina, de esos de hace veinte años que había que bombearles como si estuvieras inflando una llanta de una bicicleta (con una de esas bombas viejitas que creo ya ni se usan).
1994. Era la fiesta de bienvenida para los que éramos de nuevo ingreso. Por cortesía del Departamento de Letras y Lingüística de la UNISON (¿o del jefe de departamento?). Era el segundo día de clases, que en aquel entonces eran en la tarde, no como ahora que son del turno matutino. En el foro que está en los jardines centrales varios amables compañeros de tercer semestre, como Nina Mier o Josué Gutiérrez o Karla Valenzuela dirigieron algunas palabras de protocolo (recuerdo que Karla habló atropelladamente y me llamó la atención su dificultad para respirar, seguramente por los nervios).
Después de esos discursos que han quedado en el bendito olvido, todos (o casi todos) nos dedicamos a beber. Ya no sé si lo de la serpentina que no servía era realmente que no servía o si era un mero pretexto para que acabáramos más rápido con el par de barriles de cerveza, pues vaso en mano hacíamos cola para el refill. De seguro por ahí andaba Rogelio Sifuentes, malograda mente que sucumbió no hace mucho, y siempre briago y marihuano. Éramos muy jóvenes (la mayoría) y estábamos ebrios de salud y de poesía, aunque tal vez no éramos del todo conscientes.
Relativamente rápido fue el consumo, ya no me acuerdo qué fue lo que ocurrió después. Si nos fuimos al departamento de Enrique a seguir la fiesta donde hubo música, una cosa así como baile en la semipenumbra, alcohol y algunas drogas blandas. O tal vez todo eso me lo invento o fue en otro día. O si en realidad me fui con el buen compañero Juan Diego González a recorrer tugurios en el centro (él me los presentó, yo ni en cuenta con esos antros de mala muerte), bebimos más cerveza y nos carcajeamos de una o de cualquier tontería, recorrimos las hermosas céntricas calles donde dado el momento di el costalazo gracias a un bendito bache en medio de la gloriosa lluvia. De ahí fuimos a dar a la casa que él rentaba en el cerro de la Campana, donde fuimos a dormir y seguramente también desayuné, pues en ese momento era yo un desempleado que andaba de chambita en chambita. Por elmomento.
Ojalá alguno de mis compañeros de la universidad recordara mejor que yo esa fiesta de bienvenida y se tomara la molestia de corregirme la plana. De cualquier manera, ésta es mi ficción autobiográfica. Gracias por leerme.

sábado, septiembre 13, 2014

Hace casi veinte años...

Hace casi veinte años, cinco meses después de que asesinaran a Colosio, ingresé a la licenciatura en Literaturas Hispánicas de la Universidad de Sonora. No recuerdo cuál fue la primera clase que tuve, pero sí recuerdo quiénes fueron mis primeros profesores: Gerardo Bobadilla Encinas, Fermín González Gaxiola, Volker Schuller-Will, Max Figueroa Esteva, Leticia Martínez y un profesor cuyo nombre ha quedado sepultado en mi memoria bajo el ridículo mote de El Muerto. A todos ellos les guardo gratitud por su paciencia y enseñanzas, en especial agradezco sus palabras siempre certeras a dos grandes que ya se nos adelantaron en el camino (curiosamente ambos de origen extranjero): Volker y Max. Gracias a todos ellos, no me he deformado más de lo que ya lo estoy, profesionalmente hablando.
No voy a presumir que mi opción por esta licenciatura se debió a mi voracidad lectora y que, al par que Paz, disfruté de una gran biblioteca desde mi más tierna infancia. No, mi inclinación se debió a otra suerte de inquietudes: La educación como medio de transformación de la sociedad, vaya, la utopía, la revolución Cubana con música de Silvio Rodríguez de fondo, un andar jipioso y soñando con una sociedad más justa que no excluía la protesta social. Sé que mi ingenuidad tal vez sea de dar pena ajena, pero lo vivido nadie me lo quita. Incluido el años anterior, cuando había transitado dos curiosos semestres en la licenciatura en Matemáticas de la misma universidad, mi querida Alma Mater.
Insisto: En esos inicios ni siquiera era un mediano lector de literatura. Recuerdo que el profesor Bobadilla nos puso como una de las primeras lecturas en el aula "El niño yuntero" del grandioso Miguel Hernández. Mi fascinación no conoció límites. Volví y revolví sobre ese poema de denuncia social, pero que finalmente es más poema que denuncia, me condolí de la miseria del niño, pero más me condolí de la miseria de no poder hacer nada por él: Ya estaba muerto, del mismo modo que todos estamos camino al cementerio. 
No, no era un lector habitual de literatura (como sí lo eran varias de mis compañeras de grupo, algunas años más jóvenes que yo, recién egresadas de la prepa; como sí lo eran otras compañeros y compañeras que habìan tenido estancias por otras licenciaturas e ingenierías.) Claro, también había otros como yo que habían leído otras cosas en lugar de literatura. O que habían leído de todo, como el buen Javier Bustamante Trelles, hombre hecho y derecho que ya tenía una vida hecha y era el de mayor edad de mis condiscípulos.
Espero continuar hablando de mis años universitarios en próximas entregas.