lunes, septiembre 27, 2010

Líder nato defiende a sus agremiados,

Sindicatos, cotos de poder individual: UNAM

El investigador José Alfonso Bouzas Ortiz, del Instituto de Investigaciones Económicas (IIE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), aseveró que debido a los cambios legislativos de los años 30 del siglo pasado se puso freno a las amplias libertades que la Constitución de 1917 dio al artículo 123.
Debido a esos cambios, a partir de que se es líder sindical, primero la muerte que la renuncia. Ser líder sindical se vuelve una profesión. Para que le damos vueltas, son muy pocos los sindicatos en que no dominó este esquema corporativo sobre la propia organización de los trabajadores. El líder gremial se convierte, en la historia de México, en un engrane muy importante en el aparato de gobierno y el empresarial. Éste negocia, concilia, compromete y a su vez controla a los trabajadores.
http://www.jornada.unam.mx/2010/09/21/index.php?section=politica&article=018n2pol

domingo, septiembre 26, 2010

CANCIÓN DE AMOR Y MUERTE POR RUBÉN JARAMILLO, por Abigael Bohórquez



Antes,
pero mucho más antes de este racimo agrio
de uvas desencantadas,
pero mucho más antes de este fraude,
estrictamente mío,
en que me duele decir con diferente voz: México, patria;
pero mucho más antes de este alacrán subiendo por mi tráquea,
de este ogro sin semilla que me azuza
la desesperación,
pero mucho más antes de este desfalco amargo
del sustantivo libertad,
ya estabas tú de pie, Rubén,
levantado en tu lucha por la tierra,
anticipadamente muerto,
con el tiro de gracia madurando tu fracaso inaudito,
madurando tu centella ilusoria,
alimentando
tu pobre fe en confiadas instantáneas
del señor presidente,
ya estabas tú de pie, Rubén,
cierto seguramente en que sería
tu lucero amputado,
tu mano rota y derramada y sola,
tu humilde aurora abierta sin permiso,
tu cuerpo puro asaeteado y pobre
tu ingenua espera de aguardar hipócritas
palmadas en el hombro...
Ya estabas tú de pie, Rubén,
de muerte entera. Nosotros lo sabíamos.

(Todo empezó en la voz amordazada;
todo empezó en los túneles del viento
cuando estaba penado ser espiga.
Ay, alacrán a cuestas,
quiénes somos nosotros?
No habrá quién nos liberte?

Todo caía en pozos sin remedio,
en la muela el amor no respondía
porque no fue palabra nunca felicidad.
Hazme una cruz de cólera.
Toma el escupitajo.
Qué, no habrá quién nos salve?

Tuyas, patrón, la tierra, la mujer y la hija,
el perro y la cosecha;
mías las lágrimas, la bofetada,
sólo mías la cicatriz, la esclavitud,
la tisis;
tuyo, patrón, el vaso del aroma.

Abajo se venía, tumbada por el látigo,
horas antes del parto, la alarma prematura.

Todo empezó en los glóbulos del hambre.
Ay, cadáver dentro del cadáver a cuestas,
quiénes somos nosotros,
no habrá quién nos despierte?
Todo empezó al pudrirse el cascarón del sueño,
al esfumarse el límite de la desolación,
al caer de la rama, harta, la sed.

Carpintero, hazme un árbol;
herrero, hazme una espada para este desamparo.
Tuyas, patrón, la gula y el banquete,
el granero y la vaca;
mías la anemia, mías, pero mías también
la rabia y la saliva.
Estábamos hartos de puntapiés.
Hartos de comer mierda).

Cuando nos dimos cuenta de que de cualquier memoria
nos llegaba el azote a mitad de la cara,
y todo era una herencia,
hasta el dolor;
cuando supimos que no lo era bastante
el reverso del canto
donde sangrar en paz;
cuando buscando dónde aullar,
recorridas la muerte y el invariable espanto;
cuando alzadas paridoras patéticas,
echando afuera inconcebibles
hijos muertos adentro,
alzándolos en vilo,
estrellándolos contra el avance del desorden;
cuando la tierra fue más que levantar de bruces
el pulmón del estiércol;
cuando, a pesar de que existiera la mirada
como la única fuerza,
y bajaba la mano hasta la sangre
para entender su cauce;
cuando todos los días
se estaba de visita con el hambre,
y respirábamos
todo lo que no era sino el aire;
cuando crecíamos a falta de otra cosa
y fuera del alcance del durazno;
y a pesar de la lividez de las hachas
esperábamos nada
sentados sobre las lágrimas; 
cuando creímos que, sin embargo, habría
que romper las compuertas
del hábito de sufrir;
cuando olfateamos que no más deberíamos
perder el tiempo para sembrar;
cuando recompusimos, oscilando
entre la fatiga y el desprecio,
los andenes del pecho,
y fuimos al encuentro
del todavía distante amanecer;
cuando indagamos, buscamos, olimos, palpamos,
la simple y pura necesidad de libertad;
cuando ya no quisimos saber más
de estar paralizados;
cuando rodando por el río difícil
enarbolamos la palabra Emiliano,
la recogimos del surco
y le pusimos ira
y nada que tuviera que ver con que te amo;
cuando nos regalamos
todo lo que era nuestro
y marchamos endurecidos de gentío;
cuando la poesía huyo de los libros
y vino a cada puño
gritando amar al enemigo en sus cadáveres
y ya no disimulamos la táctica,
el resplandor, la pólvora,
ya estabas tú, de pie, Rubén,
desalentadamente
muerto.

Ay, claro hermano de todos los caídos
por procurar larga larga gota de agua
y dársela al sediento,
padre
de tantos más cargados de otros sueños
por defender la luz que ya no existe
para los desgarrados, negros, negrísimos medigos
de la negada tierra;
allí está tu mujer,
deteniendo en su cuarto ametrallado
la inocente semilla;
allí están tus tres hijos, reventados
sobre su propia oscurísima esperanza;
y sobre todo, abofeteado, el hombre,
nuevamente Zapata masacrado,
fatalmente, otra vez, crucificado,
y ahí está, peor aún, México nuerto,
y tu asesino, vivo, deificado.

Te acabaste Rubén de cuerpo entero,
pero de muerte entera estás presente;
otro Rubén vendrá
como en ti palpitaba aquel caudillo,
y otra vez a Rubén lo harán pedazos,
y otra vez lo estarán agujereando,
y otra vez morirán sus familiares,
sus campanas de plata,
sus dioses sin arado.
Te acabaste Rubén sobre la tierra,
pero no te acabaste,
nunca terminarás, Señor de pobres,
siempre estarás alerta en estos ojos
con los que te lloramos,
con los que yo te lloro,
casi para gritar,
mientras me sube
por la tráquea del asco
el fraude, agrio racimo
de uvas desencantadas,
si digo con voz de esta mañana:
Patria, Santísimos Ejércitos, México, Constitución.

(Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo y otros poemas civiles, 1967)