domingo, enero 10, 2021

Veinticinco años de ausencia que es presencia

 


Ramón I. Martinez

El pasado mes de noviembre de 2020 se cumplió un cuarto de siglo de la muerte del poeta, dramaturgo, promotor cultural, hombre de teatro y maestro Abigael Bohórquez (1936-1995), de Caborca, Sonora, México para el mundo.

Hace 25 años ya que su voz fuerte que se levantó en su desierto natal nos dejó en la orfandad a cuantos lo amamos y guardamos una deuda de gratitud para un hombre cuya generosidad sólo fue superada por su talento en el difícil arte de amar. Era un corazón a la intemperie, dando amor aunque no siempre correspondido, como rezara en uno de sus poemas más celebrados, incluido en su libro Poesía en limpio: “Hace cincuenta años, que nací pedigüeño de amor, y voy de paso al paso, antojadísimo, de que al menos, tú, muerte, no me abandones.” Nos abandonó, y de muchas partes le lloramos.

Abigael, aunque rodeado de amigos y amigas, murió en el abandono, solo y sin molestar a nadie, tal como él lo hubo de profetizar. Dejado de la mano de los promotores y dejado a su suerte por los servicios médicos de salud que no atendieron, de manera adecuada, la afección cardíaca que no tardaría por llevarlo a la tumba. La misma tumba que durante algún tiempo fue la imagen del abandono al carecer de una cruz madera que poco después le colocaría amorosamente Claudia Platt, la afamada fotógrafa hermosillense.

El 28 de noviembre de 1995, en su humilde departamento de la calle Reyes en Hermosillo, fue hallado por la mañana su cuerpo sin vida por su amado Yoremito que venía de atenderse una herida que un clavo le había causado en el pie. Yoremito, su último muso, albañil y joven entonces, que aún le profesa devoción en la actualidad. Rápidamente como de rayo se corrió la voz y el maestro Jesús Antonio Villa Rodríguez tomaría cartas en el asunto, manejando su coche y sin dejar de decir “chingada madre”.

Un poeta congruente con su propio ser, que se supo asumir como homosexual y no temió cantar El Otro Amor. Aunque esto lo convirtió en su momento en piedra de escándalo de los hipócritas y blanco de las críticas y de la homofobia. Canto con toda la belleza de la que era capaz un poeta bajo cuya poesía se encontraban enterrados varios hombres.

Su poesía se encuentra viva en poetas jóvenes y otros maduros que no necesariamente lo conocieron, porque la obra ha trascendido al personaje, cosa que no se podría decirse de quienes lo vituperaron desde el poder y el ISC en su momento. Poetas tales como Ricardo Solís, Jorge Ochoa, Josefa Isabel Rojas Molina (entre sus amigos) César Cañedo, Elvis Guerra, (de la nueva generación) y un larguísimo etcétera de noveles lectores de sus versos.

Hace algunos años alguien afirmó que en rigor Bohórquez tenía más admiradores que lectores. Esta realidad ha sido revertida, destacando la labor emprendida por el Dr. Gerardo Bustamante Bermúdez al recopilar hace pocos años su poesía completa e inédita además de trabajos de rescate de su dramaturgia. Destaca también el trabajo de la Dra. Ana Álvarez que ha estudiado acuciosamente la poesía de Bohórquez y su cariz autobiográfico. Mención aparte merecen también la obra de promoción de la obra de Bohórquez que han realizado tanto la cineasta y amiga del bardo Mónica Luna (quien le dedica un impecable documental) y el poeta tabasqueño Dionicio Morales quien le publicó póstumamente una impecable antología Las Amarras Terrestres (2000).

Salve, Abigael, los que hemos de morir te saludamos.