sábado, mayo 09, 2015

Oh, Madre querida

Mañana es día de las Madres. Por eso quiero recordar una pequeña anécdota.
Éramos niños, mi hermana, mi hermano y yo. Mi madre, joven aún, nos llevó al circo de los húngaros que se ponía en el taste cercano a la casa. El taste, por cierto, hace mucho que no existe. Siempre he estado impresionado por el afán protector de mi madre. Pero a veces, sobra decirlo, se le pasaba a veces la mano.
El circo de marras, sobra decirlo, tenía una carpa sobre-remendada.Circo piojoso, maloliente, pues. Era un verano, al caer la tarde. Circo, vale decir, que lo "de húngaros" no era un gentilicio aplicable, sino la manera coloquial de referirnos a los nómadas paupérrimos que de él sobrevivían.Yo creo que no era un gran espectáculo, pues mi padre prefirió quedarse a dormir antes que ver la función vespertina-nocturna. Así, mi madre llevó a sus polluelos a la gran función.
Recuerdo un gran king kong astroso  de polvoriento peluche sosteniendo en su mano (¿o la mano era sostenida por?) una actriz. Y las voces salían ininteligibles (o así las recuerdo) por el sonido local. Recuerdo a los payasos, que no me hacían reír, más bien los observaba con extrañeza.
Pocos animales tenía el circo; algunos escuálidos jamelgos, burros (tal vez pintados de cebra), ningún tigre, ninguna avestruz, ni elefantes. Y no vaya a creerse que eso era por la bondad animalista de los cirqueros, sino porque los animales resultarían demasiado caros.
Por eso me pareció raro que hacia el final de la función, a media pista, en una jaula endeble apareciera encerrado un gorila. ¿Cómo llegó hasta ahí semejante fiera? No lo recuerdo bien; tal vez en las oscuridad momentánea de la pista fue sujetado y movilizado con esfuerzos imperceptibles de tan gigantescos.
Pues bien, una vez encendidas las luces, ahí estaba el gorila anunciado por el cornetón del sonido local, se veía furioso y meneaba los dudosos barrotes de su jaulita. Sus gruñidos se escuchaban por el susodicho sonido (¿tendría micrófono integrado la fiera?), unos gruñidos que estaban entre la furia y el hambre.
De improviso, la jaula sin techo cedió y las cuatro paredes de barrotes (¿o barritas?) cedieron como castillo de naipes. La sorpresa y el alarido de la multitud fue instantánea y unánime. No sé si la multitud huyo, lo que sí recuerdo es que mi madre tomó de una mano a mi hermana y con la otra a mi hermano. Y huyó despavorida. Yo abandoné el recinto, aunque con mucha mayor parsimonia que mi madre, por lo que ésta, presa del justo pánico, me gritó "córrele, pendejo". Caminé y troté un poco, mientras en el sonido local se escuchaban llamados a la calma "al respetable público", mientras mi madre seguía imprecándome. Yo no estaba asustado, sólo un poco inquieto de que mi madre y nosotros éramos los únicos en huir del "gorilicidio". Llegando en un segundo a casa, mi madre aporreaba la puerta requiriendo a mi padre entre maldiciones que no puedo repetir.
Prometí una anécdota breve, cumplamos pues. Al día siguiente, los vecinos y los compañeros de la primaria nos preguntaban: ¿Ustedes fueron los que salieron huyendo del gorila de peluche?

Abigael Bohórquez, Digo lo que amo, reedición 2015. Edición e introducción de Gerardo Bustamante Bermúdez. UACM



En 1976, apareció la primera edición del poemario que hoy se reedita.Los homenajes no siempre están caracterizados por la solemnidad. Ejemplo claro de ello es el homenaje que Cervantes rinde a las novelas de caballería a través del ludismo desplegado en El Quijote: se homenajea parodiando. En este inciso se intentará explicar cómo el poemario Digo lo que amo de Abigael Bohórquez constituye un homenaje a Oscar Wilde. Un homenaje no exento de cierta parodia o imitación burlesca, pues ésta se dirige no contra Wilde, sino contra el proceso judicial que lo condenó.
Dicho poemario fue escrito en 1975, justo cuando se cumplían setenta y cinco de la muerte de Oscar Wilde. Su deceso (1900) estuvo marcado por la tragedia que le significó el haber pasado dos años de trabajos forzados (1895-1897), pena impuesta por los delitos repetidos de gross indecency —ésta es una de las maneras eufemísticas para referirse a las relaciones homosexuales en la Inglaterra victoriana. Reza una de las dos dedicatorias que abren Digo lo que amo:

A LA MEMORIA
de
OSCAR WILDE
en el 75 aniversario
de su muerte.

De hecho, la muerte de Wilde fue resultado directo de dicha pena de trabajos forzados, la cual lo dejó moral y físicamente dañado, sin remedio.
¿De qué forma Digo lo que amo constituye un homenaje a Oscar Wilde como figura trágica durante su proceso? Pudieran encontrarse cuando menos dos respuestas para esta pregunta.
Primera, se le dedica este poemario a Wilde como figura emblemática del amor transgresor. De hecho, el amor se ve presente —en este poemario— como una actitud vital, plena de audacia, subversiva, de rompimiento de las reglas, llena de elementos carnavalescos, que afronta el riesgo y la condena social.
Segunda, se le homenajea a través de una parodia que transforma el funesto fin de Wilde en el satírico destino del personaje lírico que se instaura a lo largo del poemario. La parodia se entiende aquí como imitación burlesca. Si durante su proceso Oscar Wilde se muestra inerme ante sus detractores, el yo lírico del poemario Digo lo que amo se burla y satiriza a esos detractores, se parodian las diversas etapas del proceso judicial a través de los títulos de los varios poemas, así como en el cuerpo de los mismos poemas. A la vez, el yo lírico hace gozoso alarde de su amor a través de una expresión lírica llena de vehemencia. Se trata de un amor que es semejante al de Wilde, es decir, al “amor que no se atreve a decir su nombre.”
Bohórquez inicia su poemario con dos epígrafes que, como tales, resumen los presupuestos del texto que presiden y dan una orientación general para la lectura inteligente del mismo. El primer epígrafe está tomado del poema “Si el hombre pudiera decir”, incluido en el poemario Los placeres prohibidos (1936), de Luis Cernuda.

“Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
..................................................................
yo sería al fin aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.”
LUIS CERNUDA

En general, puede decirse que Los placeres prohibidos es un libro donde el poeta expone y defiende su inclinación amorosa: una defensa del amor. En esa defensa, Cernuda recurre a imágenes audaces que hieren a las mentalidades conservadoras y tradicionalistas, imágenes que no eluden invocar a los hombres amados. En particular, el poema “Si el hombre pudiera decir” expresa el advenimiento de una utopía —por lo mismo, de advenimiento irrealizable— que no deja de dar sentido a la propia existencia.
Es fácil relacionar el primer verso del epígrafe de Cernuda (“Si el hombre pudiera decir lo que ama”) con el título del poemario de Bohórquez (Digo lo que amo). Realmente Bohórquez —a través de la construcción de su yo lírico— logra solazarse largamente en la realización —valga el término— de la utopía que resulta del poema cernudiano. Al solazarse en ella, la recrea.
Si en Cernuda tenemos una poesía de un amor cargado de fuerte erotismo, “más platónico y contemplativo que dionisíaco o sexual”, Bohórquez transforma la herencia cernudiana escribiendo una poesía de amor transida de un erotismo más sexual y dionisíaco que platónico, pero sin dejar de ser contemplativo. Esta actitud contemplativa es manifestada en una ternura vehemente que hace acto de presencia en muchos de los poemas de Bohórquez.
Un segundo epígrafe de Digo lo que amo insiste en la legitimidad del amor verdadero:

Oscar: ¿Crees que estoy aquí por mis relaciones con algunos profesionales del vicio? Pero si Inglaterra entera está llena de hombres así. Tan sólo al día siguiente de mi condena, esos hombres se han sentido amenazados por primera vez. Los hay militares, ministros, nobles... ¿acaso condenaron al Duque de Clarence de la Familia Real Inglesa? Si yo no hubiera a conocido a Douglas, estaría libre y me hubieran permitido el trato con los Parker, los Wood, los que venden su amor en todos los Savoy del mundo entero. Lo que Inglaterra no me perdona son los vicios que encubre con su hipocresía, no me perdona que en mí, sea un gran amor. Por eso se han desatado las fuerzas secretas para marcarme con el fuego y el ridículo. Cuando un amor como el mío desafía la tradición burguesa, se le castiga a trabajos forzados.

Frank: El único amor legítimo, Oscar, es el que une a un hombre y a una mujer.

Oscar: Te concedo que para ti no exista más amor que ese, pero no me lo digas a mí, que me he ofrecido en holocausto.

maurice rostand
el proceso de oscar wilde

Según consta en este epígrafe, Oscar (Wilde) reconoce dos situaciones muy importantes.
Primero, se le está castigando por desafiar “la tradición burguesa”, es decir, por trasgredir el orden establecido por la clase dominante, la burguesía, la cual —según sus costumbres o “tradiciones o pautas de conducta”— no acepta el amor entre iguales: el amor homosexual.
Segundo, el mismo Wilde acepta ese castigo, con tal de no renegar de ese amor, o dicho de otro modo: por ese amor se ha “ofrecido en holocausto” el propio Wilde.
Ambas situaciones pudieran ser resumidas en una sola, de la siguiente manera: Wilde con su amor trasgrede y por ello Inglaterra lo condena. Si en Oscar Wilde el amor que no se atreve a decir su nombre es algo que no puede abandonarse sin denigrar y mutilar la propia alma, en Bohórquez el otro amor es
igualmente lo condenado por la sociedad en el código moral hegemónico, pero con un ingrediente extra: no sólo es irrenunciable la vocación a vivirlo, sino que es menester la rebeldía ante la moral imperante, a despecho de las condenas. Esta actitud es algo distinta a la de Wilde, pues durante su proceso intentó convencer a los demás de su inocencia.
No es extraño que Wilde haya perdido el proceso que se siguió en su contra. Por una parte, no era persona aficionada a las trifulcas judiciales y, por otra, la opinión pública lo había condenado de antemano, lo cual influyó de manera determinante en el juez, ya de por sí predispuesto a permitir mil y una irregularidades durante el proceso con tal de condenar el “pecado nefando de Wilde”. En el fondo de esta condena pública, es difícil no reconocer la actuación de la envidia, “esa pequeña hermana menor de la admiración”, como llama Sábato a este destructivo sentimiento. De todo lo referido en este párrafo da testimonio la biografía realizada por Frank Harris.
De cómo Wilde no iba al pleito convencido del todo, da testimonio el siguiente comentario de Harris: “En un relámpago, vi una parte de la verdad cuando menos. No era Oscar quien arrastraba a Douglas, sino Lord Alfred Douglas quien hacía de Wilde lo que quería.” De hecho, sería muy difícil decir que Douglas (“Bosie”, como lo llamaba cariñosamente Wilde) amara realmente al célebre dublinés. Parecía empeñado sólo en explotarlo económicamente y aprovecharlo para nutrir su propio ego de jovenzuelo revoltoso:

Lord Alfred Douglas ha declarado recientemente:
— Yo gasté en mi trato con Oscar Wilde mucho más de lo que él gastó conmigo.
Pero esto no pasa de ser una ilusión falaz y candorosa. Más cerca de la verdad se halla cuando, en una confesión anterior, declara:
— Era una dulce humillación para mí el dejar a Oscar pagar todos mis gastos y el pedirle dinero.

Esto permite comentar lo siguiente: la experiencia de Wilde respecto del amor fue profundamente devastadora. Era un hombre casado y con hijos que no encontró correspondencia en sus relaciones con hombres y en su familia no encontró ni siquiera comprensión mínima. Acabó solo, enfermo, sin amor. Resumiendo: su pasión por Bosie —y su ilusión por pretenderse amado— fue su ruina, pues acabó no como un rebelde, sino dominado un por rapazuelo. Esto es distinto
a la convicción de Bohórquez por el otro amor, donde se asume desde un principio que el verdadero destino de todo poeta auténtico, de congruencia poética de vida y de obra, acabará siendo —en última instancia— relegado. Como el propio Bohórquez le confesó al poeta Ricardo Solís: “Esto es lo que te espera si de veras quieres ser poeta, esto que ves en mi departamento: miseria y soledad, o si lo prefieres: soledad y miseria”. A decir de Paz: la sociedad burguesa condena a la marginación a los hijos rebeldes de la modernidad, que son los poetas. Como parte de esta rebeldía, sostiene Paz, está la misma defensa que los poetas hacen del amor. Con esta opinión, según se comenta líneas arriba de este inciso, concuerda Bohórquez.
La rebeldía de Bohórquez es lúdica, pues la reivindicación del placer y del amor es su fin. Este ludismo también refiere al lenguaje, pues con él juega y reinventa situaciones, igualmente lúdicas. Como un breve ejemplo de esta característica de su poesía, tenemos el poema “Sentencia”. En él se tiene un humorístico uso del equívoco fónico.

Sentencia

“Jugaréis por instantes del vocablo como decir: Si se mudó en mi ausencia, ya no es mujer estable, sino establo.”
lope de vega
dejadlo al villano pene;
yendo y viniendo;
una vez entrando
y otra vez saliendo
por sécula su culorum;
que pene.

qué pene!!!


Recapitulando, podría concluir este apartado diciendo que en Digo lo que amo la parodia es un recurso cuya finalidad consiste en la renovación de la utopía del amor, amor que vence toda barrera de condena social.
En aras de esta utopía del amor, se satiriza a quienes denostan a los amantes: se les ridiculiza.
Asimismo, el conjunto de los títulos de los poemas semejan (imitan, parodian) un proceso judicial —simbólico— donde los amantes terminan por burlar a sus perseguidores dedicándoles a estos una balada (que en este caso es un balido: parodia de balada de la cárcel de Reading escrita por Wilde). Todo esto logrando —a través del constante uso de la parodia— que el poemario de Bohórquez semeje un gran poema donde se cumple el doble principio del que hablara Paz para el poema largo: unidad y diversidad, a la vez que sorpresa y recurrencia. Al final de la secuencia que forman estos poemas, los amantes que dan libres, indemnes. En la ficción que forma el grupo de poemas de Digo lo que amo, la utopía termina triunfando: el amor y el erotismo se cumplen.
Esperamos que esta reedición de Digo lo que amo vuelva accesible a nuevas generaciones de lectores la poesía disidente y clara de Abigael Bohórquez.Vale.

viernes, abril 17, 2015

Por el camellón del viejo puente, de Alejandro Campos Oliver



El poeta a través del tamiz de sus sentidos, fraseologías, pensares y pesares, se apropia experiencias que no son son sólo suyas sino también de los hombres que antes o después de él han pisado la tierra. Como dijera Ralph Waldo Emerson: “El poeta es representativo. En medio de los hombres parciales es el hombre completo, y no nos pone al tanto de su riqueza, sino de la riqueza común. El joven reverencia a los hombres de genio porque, a decir verdad, ellos lo representan mejor, son más él que él mismo.”
Esta idea del poeta como ente representativo de la humanidad se manifiesta en el poemario Por el camellón del viejo puente, de Alejandro Campos Oliver, donde a través de un imaginario conceptual se vuelve sobre el tema de las ciudades, ese producto de la modernidad. La ciudad, que es una y que es todas, y que admite variados registros lingüísticos y es inabarcable de tan inmensa y, a la vez, tan humana y tan miserable.
El poeta como hijo maldito de la modernidad, de la revolución Industrial, es expulsado de la cadena productiva como un inútil, según analiza Octavio Paz en La otra voz. Poesía y fin de siglo. El poeta se siente ajeno, extraño, a la ciudad que pretende prescindir de él, y es al mismo tiempo la “voz otra” que dice lo que otros quisieran y no saben ni pueden hacerlo.

xix

Caminar hasta el cansancio
perderse si es necesario,
aunque exhausto se llegue
al terreno verdadero
donde se es uno mismo.

El poeta es un noctámbulo que llega a las regiones más oscuras, y cuya salvación es perderse para solamente así encontrarse a sí mismo. Y al encontrarse a sí mismo es Virgilio que desciende al infierno de la ciudad y nos guía con su imaginería. La intuición poética en breves postales vistas en sendos poemas cortos.

xlvii

Cables y tuberías sacuden
las vértebras de los postes,
con sus venas y raíces
reclaman en mutismos
por los ríos de basura
que en su pulso llevan.

La ciudad antropomorfizada, hecha un ser humano (y al mismo tiempo, inhumano) que sufre en el reflejo de quienes la habitan y la llenan de basura, de esa basura externa que es reflejo de otra interna, donde el infierno son los otros, al mismo tiempo que “yo” es “otro”. Un realismo sucio que no deja de llamarnos con la más incitante de las voces para decirnos que también en la ciudad monstrua hay poesía, en imágenes que tienen por momentos resabios estridentistas.

xxxiv

La jaula del consumo
es una lóbrega sonrisa
expelida por el guiño
de un cadáver afanoso.

En un eterno deseo se chamusca.
Laberinto de orines que germinan
en flores de amargos ojos.

¿De quién es ese “cadáver afanoso”? Puede ser de mí, de cualquiera, del otro. Pues ya lo dijo Abigael Bohórquez en su Memoria en la Alta Milpa: “Todos estamos muertos de antemano”. Hecha de “ronquidos de motores” y “caminos fragmentados de ceniza”, la poesía de Campos Oliver tiene la inquietante virtud de sernos una invitación al espejo, a mirarno con más calma en la sucia vorágine de los días.



Alejandro Campos Oliver, Por el camellón del viejo puente, Universidad Autónoma del Estado de Morelos-Ediciones Eternos Malabares-Mester de Junglaría, 2013, 58 p.

lunes, febrero 23, 2015

Cuerpo en mi cuerpo, de Ricardo Solís


Nos dice T. S. Eliot en “East Coker”:

(...) tratando de aprender a emplear las palabras, 
y cada tentativa
es un comienzo totalmente nuevo y un tipo diferente de fracaso,
porque uno sólo aprende a dominarlas
para decir lo que ya no quiere decir, o de algún modo en que
ya no quiere decirlo. (...)

Estas ideas son retomadas por el poeta sonorense Ricardo Solís (Navojoa, 1970) en su poemario Cuerpo en mi cuerpo (Mantis Editores, 2011), donde se tiene el testimonio de una búsqueda poética que abarca ya más de veinte años, con catorce poemarios publicados, siete de ellos galardonados en concursos estatales y nacionales. Se trata de una indagación en los límites y posibilidades de las palabras, del poema que se abre y “cae a la delicia intacta de su peso”, como cantara José Gorostiza en su Muerte sin fin.

Nos dice en un verso de su poema "Lectura (forma de)":

Toda escritura es una forma velada de la ruina

De manera que el poeta se sabe humilde ante las limitaciones tanto de las herramientas como de la materia con que trabaja: la palabra. Solís es conciente de esas limitaciones desde su primer poemario, Poesía nómada (1994), pues es una constante a tomarse en cuenta en la lectura de sus versos. No recuerdo quien lo dijo, me parece que fue Octavio Paz: Todo poema es el borrador de otro poema. Así, toda escritura es una reescritura.

El título del poemario está tomado del epígrafe que lo abre (unos versos de Juan Gelman)

La saludo, la amo cuando
se instala como cuerpo en
mi cuerpo contra
la piel del día...

Cuatro secciones forman el libro: "Parálisis del grito", "Los deberes", "Formas veladas de la ruina", "Regreso de los nombres". Cuatro búsquedas de un decir que sabe como humano condenado a muerte pero se rehúsa a quedarse callado, para bien de la Poesía. Existen experimentaciones formales que recuerdan precisamente a la forma versificadora de Juan Gelman. En especial, en el poema titulado precisamente "Cuerpo en mi cuerpo". Veamos el principio del mismo:

El día/ abre sus fauces/ se demora
y se inclina/ recibe el polvo que la flama
despide/ la flama es algo que de ella 
proviene/ su perfección moribunda/ reclama
para el cuerpo la luz/ ¿qué digo cuando nombro
precisamente el encuentro?/ ¿qué tan a salvo
queda mi piel ante la suya?/ ¿qué es lo que incendia
la flama?/ ¿cuántas palabras se pierden?/ o bien
¿cuántas se consumen? (...)

La flama ya había sido abordada por el propio Solís en El fuego dormido, poemario del 2000. Nos remite necesariamente al fuego de Heráclito como principio básico de todas las cosas, como principio creador, y aquí la flama se convierte en metáfora perfecta de ese fuego creador (y por lo mismo destructor) de todo lo que se nombra, incluyendo la pasión. Hay matices fuertes, y más que respuesta, la pasión es una pregunta de donde surgen muchas otras preguntas. Para ganar hay que perderse, y de ello que el tiempo representado en el día que aparece como una bestia de fauces abiertas. Al parecer no hay salvación posible, a semejanza de lo que cantara César Vallejo, y si al final no persevera la palabra, qué más da, "de una vez que vengan los pájaros y se lo coman todo."