miércoles, julio 21, 2021

Poesía en estado sólido


Ramón I. Martínez


La poesía no tiene temas vetados. Hay poemarios físicos, químicos, ajedrecísticos, científicos y técnicos en general. Como muestra, el volumen Física del estado sólido, de Hellman Pardo (1978), que ganó recientemente en Colombia el prestigiado Premio Nacional de Libro de Poesía Ciudad de Bogotá 2020. Cuenta de cuatro secciones, a saber: “Teoría de números”, “Física del estado sólido”, “Partículas elementales”, “Interacciones.” Estamos ante un ejemplo de poesía en estado sólido. Un epígrafe abre el libro:

Es por la lógica que demostramos

pero por la intuición que descubrimos.

Poincaré


Lo cual nos anuncia que estamos a la puerta de la intuición de la voz viva de un poeta que se salta los límites de la lógica para entrar en el terreno de los hallazgos poéticos.

¿Qué pudiera cantarse del número pi? Donde otros toparían con pared, Pardo nos devela misterios a la vez que los cubre. Cito un fragmento:


π es la decimosexta letra del alfabeto griego y significa periferia.

Si dos tangaras trinan en el borde de la acústica,

podemos decir que estos pájaros sin memoria

están cantando dentro de π.

Alejémonos del alfabeto griego y su fábula primitiva porque,

como el amor,

π no es solo un símbolo en la gran mentira

que da cuerda al mundo.

Todos los matemáticos afirman que es un número irracional,

¡Es un loco!, exclamó Leonhard Paul Euler

cuando calculó la curva fantasmal del sol.


El poeta canta larga y deleitosamente a este número irracional, lo vuelve clave del misterio, ministerio de la soledad que se ve aún más reflejada en los números primos. Asimismo, juega con el misterio de la creación del abstracto cero absoluto, cuya creación no atribuye curiosamente a los antiguos mayas, como sería lo habitual entre los mexicanos orgullosos de sus raíces prehispánicas. Lo atribuye más bien al Libro de los muertos y a la tradición veterotestamentaria donde el cero es lo que no es pero puede llegar a ser. Hace un recorrido sumamente lúdico y a la vez somero por la historia egipcia de los números. Los números en la poesía dejan de ser abstracciones puras para cobrar materia, cuerpo y sensualidad.


Si cada poema se escribiera con números y no con palabras,

aunque fueran abstractos,

las estrofas serían largas paradojas infinitesimales

que alcanzarían a mover el péndulo del insomnio.


La consabida patria del insomnio donde el creador se redescubre a merced de sus propias creaciones, en duermevela, donde realmente vibra la magia y tiembla “el orden de las cosas”.

El orden del antiguo juego del ajedrez, demasiado racional para ser un simple juego y demasiado artístico para ser considerado una ciencia, se ve trastocado por la figura del legendario ajedrecista campeón mundial cubano José Raúl Capablanca, así como por la fábula del rey hindú que quiso premiar al inventor del juego:


No hay duda,

el único sabio que aparece en este poemario

es aquel que engañó al rey Shihram con los granos de trigo.


Asimismo, Capablanca el invencible (que Alekhine demostraría que no lo era tanto) aparece renovando con nuevas piezas y tablero de chinchorro el venerado juego al que también cantara el inmortal Borges entre otros muchos poetas y escritores, artistas diversos. Y finalmente, el poeta Pardo parece incluir otros sabios en este poemario (contradiciendo en su hipérbole sus propios versos), pues alude a sabios célebres como Semmelweiz, Mūsā al-Jwārizmī, Mendeléiev, Marie Curie.

 

https://revistasarancha.com/secciones/resenas/

jueves, junio 17, 2021

Una voz que se niega al olvido

 

 

Ramón I. Martínez


Haciendo una relectura del libro de ensayos Abigael Bohórquez. La creación como catarsis, de Ismael Lares (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012), es posible encontrar entrelíneas el espíritú indómito del poeta, dramaturgo y promotor cultural Abigael Bohórquez (Caborca 1936-Hermosillo 1995). Abigael aceptó, rebelde pues a todo límite, la dura suerte de ser un poeta en la semipenumbra del siglo veinte, que empieza a ser reconocido en estos inicios del siglo veintiuno.

Poeta de culto, su obra ha sido escasamente abordada por la crítica. Tenemos por ejemplos el trabajo de de tesis de maestría de Ana Álvarez, el libro Abigael Bohórquez: Pasión, cicatriz y relámpago del Dr. Miguel Manríquez, así como el ensayo que Hernán Bravo Varela dedica al poeta en su libro Los orillados. En efecto, Bohórquez ha sido orillado por las principales antologías de poesía del pasado siglo y por la crítica, académica o no, a permanecer casi oculto. Es una voz que se niega al olvido. De ahí el valor del libro de Ismael Lares, joven crítico que da fe del descubrimiento de una voz que se niega al olvido.

Poeta a imagen y semejanza de la poesía” como lo calificara Efraín Huerta en el poema-prólogo de Las amarras terrestres (1969), poemario fundamental en la obra del caborquense. Fue un poeta hijo de la modernidad, por lo mismo relegado, a la vez que crítico de la injusticia y desigualdad sistemáticas. Cantó su amor, abiertamente homosexual, lo que le acarreó no pocas malquerencias y ninguneos. Fue la suya una poesía de múltiples influencias, como los Siglos de Oro, la Generación de Contemporáneos, la Generación de 1927.

La poesis aristotélica es un concepto que Lares toma como preámbulo en el ensayo inicial de este libro, “La creación como catarsis” y señala: “Un elemento necesario en la creación poética es la capacidad para desbordar la conciencia, aceptar la creación como una catarsis (catharsis para definir el acto de purgación de las emociones) del pensamiento innovador” (p. 10) No sé hasta qué punto exista una purgación de las emociones en la poesía bohorquiana, puesto que “catarsis” es un término que Aristóteles liga más con la poesía dramática que con la poesía lírica, pero es notable que ésta es admirada como dadora de vida, de renovada vigencia y avasalladora. Más que purgar las emociones, las comunica y es en el lector donde ocurre la catarsis, un purgar sus propias inquietudes para identificarse con el poema y, como dice Lares, busca Abigael “renacer a una nueva vida que se le brinda en el ejercicio poético”, a la manera de los misterios de Eleusis de la antigua Grecia.


Hace cincuenta años

que nací pedigüeño de amor,

y voy de paso

al paso

antojadísimo

de que al menos tú, Muerte,

no me abandones.


Estos versos de Poesía en limpio (1990) son un testimonio del recurrente memento mori que tuvo Abigael Bohórquez desde su primer poemario, Ensayos poéticos (1955). Ya desde joven perfilaba el amor y el desamor, así como la denuncia y la protesta, en un poema tan celebrado como “Llanto por la muerte de un perro” (1957). Éste es un poema antológico, que es un canto de amor, es una elegía, una protesta y una denuncia social. En palabras de Ismael Lares, es “el poema entonces un punto de reconciliación. La catarsis como liberación y reencuentro. Muerte y renacimiento cotidiano. La expulsión y liberación de sentimientos es una catarsis. Abyección como método catártico para la purificación del ser”. La abyección puede ser tomada en el sentido de humillación. Aquí Lares habla de la “escisión elemental entre lo agradable y lo desagradable”. (p. 19) Fue Abigael un ser desagradable o incómodo para la cultura oficial: abyecto. Pero él lo eligió así, al alzar la voz para manifestarse tal cual era, levantando su amor a plena luz, en media calle. Abiertamente gay, con un homoerotismo que escandalizó a la conservadora sociedad mexicana de entonces. Y de hoy.

Quizá la verdadera vocación de Abigael haya sido la de rebelde” (p. 25) Así pues, decidió ser un transgresor consuetudinario a las normas de comportamiento convencional, según lo declara en su texto “Corazón de naranja cada día” (1993), donde el ya maduro poeta hace una rescisión de su propia trayectoria, que no desentona con su declaraciones de principios anteriores, incluidas en su poemario Acta de confirmación (1966).

Dentro de su amplio registro temático, Abigael tiene no sólo el homoerotismo y la poesía de protesta. También están los poemas civiles (donde se canta a héroes olvidados), el amor al desierto natal y a la aquilina tribu, y destaca el amor a Sofía, su madre. De todo esto pasa revista Ismael Lares, quien aunque no pretenda hacer un tratado exhaustivo de la poesía bohorquiana, sí ofrece una panorámica bastante interesante de la misma. Pertenece Ismael Lares a la estirpe de los críticos que se abocan al descubrimiento de Abigael Bohórquez. Un libro que se agradece y que han de agradecer las nuevas generaciones de lectores del vate sonorense. Demos tiempo al tiempo.


 

domingo, abril 25, 2021

miércoles, febrero 03, 2021

Para ti no habrá sol, de Carlos Sánchez



Ramón I. Martínez 

El cielo tiene playas donde evitar la vida 

y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora 

Federico García Lorca 

 

Con este hermoso epígrafe se abre la más reciente del versátil escritor Carlos Sánchez (Hermosillo, Sonora, 1970) y puede ser la clave para entender el destino de la tribu yaqui, narrado desde la perspectiva de la niña que llega a joven, Sewa, narradora-personaje donde se incrustan otras voces, como su novio Nicanor, su abuelo Juan, su abuela Tula, y otros personajes de la historia testimoniada de una tribu que se resiste a morir, aferrada a su identidad, a su territorio, a su religión, a sus costumbres. Tal cual reza un fragmento del juramento yaqui: “En el puesto que has sido asignado, ahí te quedarás para la defensa de tu nación, de tu gente, de tu raza, de tus costumbres, de tu religión. Con estas palabras, los capitanes yaquis dan autoridad a los nuevos oficiales, quienes agachan sus cabezas y responden: ehui (Sí) 

Precisamente de las primeras palabras de dicho juramento, toma título esta novela “Para ti no habrá sol” en una clara clave de lectura de esta obra: El relato se torna en testimonio del cumplimiento del juramento desde tiempos inmemoriales de la resistencia heroica de la nación yaqui. El abuelo Juan rememora cómo su hermano Rufo fue abatido arteramente por las balas porfiristas y cómo nació en Hermosillo el barrio de la Matanza, porque se erigió ahí un matadero de ganado, cerca de la cárcel edificada en los últimos años por los yaquis esclavizados por el delito de ser yaquis. Sus mujeres se asentaron entonces en el barrio de la Matanza al pie del cerro de la Campana (al igual que la cárcel que hoy es museo del INAH) de cuya piedra se hizo el presidio donde los yaquis labraron su propia prisión a costa de sus propias vidas. La Matanza donde cada Cuaresma y Semana Mayor se hacen enramadas que ellos en su sincretismo llaman “Iglesias” y donde anualmente se renueva la identidad a través de las tradiciones y el baile de los Fariseos y los Pascolas. 

Sewa va a la primaria cuando niña y le entrega un papel estraza escrito con carbón donde le confiesa a su abuelo que ella quiere ser cantante de Semana Mayor. Éste se conmueve hasta las lágrimas y la abraza. Le dice que se lo dirá a las autoridades tradicionales para que lo tomen en cuenta. También le dice que él ya presentía que ella estaba reservada para grandes cosas. Y que quiere que así de bonito escriba la historia de la nación yaqui, que él le contará. 

Desde el principio de la novela se nos plantea la tragedia de Nicanor, estéril yaqui que desea hacer familia con Sewa. Y su pérdida marca a este personaje-narrador femenino tan bien construido por el autor. 

Sujata Bhatt, Shérdi y otros poemas, México, Círculo de Poesía, 2018


 

Ramón I. Martínez 

La poeta hindú Sujata Bhatt (Ahmedabad, 1956) inauguró con este libro la colección Círculo de Poesía, traducido por el equipo de la misma editorial. Asimismo, fue la primer poeta merecedora del Premio Internacional de Poesía Nuevo Siglo de Oro 2014, que a través del Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de México, ofrece la lengua española a las literaturas del mundo. Vive en Alemania. 

El poema que nombra al volumen aparece en las primeras páginas. Vale la pena citarlo por extenso dada su riqueza de símbolos y reminiscencias de la infancia, llenas de una sensualidad que devendrán en el erotismo del acto de amar en la edad adulta. 

 

SHÉRDI 

 

La manera como aprendí 

 a comer caña de azúcar en Sanosra: 

 empleo mis dientes 

 pelando la cáscara, la dura chaal 

 a mordiscos arranco tiras 

 del blanco corazón fibroso 

 --chupando fuertemente con mis dientes, aprieto, 

 y el jugo se escurre. 

 

En las mañanas de enero 

 el granjero corta verdes, tiernas cañas de azúcar 

 y las lleva a nuestra puerta. 

 Por las tardes, cuando los adultos se han dormido 

 nos escapamos afuera llevándonos las largas, suaves varas. 

 El sol nos calienta, los perros bostezan, 

 los dientes se endurecen 

 y nuestras quijadas se entumen; 

 por horas chupamos el russ, el jugo pegajoso  

 derramado en las manos. 

 

Por eso esta noche 

 cuando me pides que use mis dientes 

 para chupar duro, muy duro, 

 siento que me huele tu pelo 

 a caña de azúcar 

 y me imagino que te gustaría ser 

 shérdi shérdi allá en los campos 

 las leves cañas se mecen 

 y abren un camino frente a nosotros. 

 

  (traducción de Mario Bojórquez) 

 

La poesía de Sujata Bhatt es la manifestación de un compromiso profundo con la interdisciplinareidad en cuanto contacto con otras artes y otras culturas. Por eso está vigente tanto para Oriente como para Occidente. Brahmanes y faraón, niñas y adultas, Frida Kahlo y Paula Becker, por sólo mencionar algunos personajes y mitologías diversas, se entrelazan en estas páginas. Esto le confiere rasgos de extrañeza y fascinación a través de sus versos pulidos, ligeros y sabios. En ellos se conjugan lo real y lo fantástico, atravesando maravillosamente fronteras entre ambos. Como en el siguiente fragmento del poema “Cruzando a pie el Puente de Brooklyn, julio de 1990” (p. 54): 

 

Cruzando a pie el Puente de Brooklyn  

una se siente alejada de todo  

como si planeara en un avión  

que vuela a poca altura.  

Abajo, en los dos sentidos, los carros  

pasan. Arriba, los cables  

de acero convergen, apretados.  

Los músculos en mis piernas se sienten  

agotados, expuestos. 

 

En este poema la nota roja es pretexto para la reflexión poética, donde no puedes esperar que la vida sea justa, ni siquiera con los niños o con el padre recién llegado de Montana que quería alimentar a su perro. 

El dios Pan es invocado junto con otros dioses, así como la supuesta impureza de la mujer menstruando. Nada escapa a la mirada acuciosa de Sujata Bhatt, considerada por muchos como la mejor poeta viva del mundo.

domingo, enero 10, 2021

Veinticinco años de ausencia que es presencia

 


Ramón I. Martinez

El pasado mes de noviembre de 2020 se cumplió un cuarto de siglo de la muerte del poeta, dramaturgo, promotor cultural, hombre de teatro y maestro Abigael Bohórquez (1936-1995), de Caborca, Sonora, México para el mundo.

Hace 25 años ya que su voz fuerte que se levantó en su desierto natal nos dejó en la orfandad a cuantos lo amamos y guardamos una deuda de gratitud para un hombre cuya generosidad sólo fue superada por su talento en el difícil arte de amar. Era un corazón a la intemperie, dando amor aunque no siempre correspondido, como rezara en uno de sus poemas más celebrados, incluido en su libro Poesía en limpio: “Hace cincuenta años, que nací pedigüeño de amor, y voy de paso al paso, antojadísimo, de que al menos, tú, muerte, no me abandones.” Nos abandonó, y de muchas partes le lloramos.

Abigael, aunque rodeado de amigos y amigas, murió en el abandono, solo y sin molestar a nadie, tal como él lo hubo de profetizar. Dejado de la mano de los promotores y dejado a su suerte por los servicios médicos de salud que no atendieron, de manera adecuada, la afección cardíaca que no tardaría por llevarlo a la tumba. La misma tumba que durante algún tiempo fue la imagen del abandono al carecer de una cruz madera que poco después le colocaría amorosamente Claudia Platt, la afamada fotógrafa hermosillense.

El 28 de noviembre de 1995, en su humilde departamento de la calle Reyes en Hermosillo, fue hallado por la mañana su cuerpo sin vida por su amado Yoremito que venía de atenderse una herida que un clavo le había causado en el pie. Yoremito, su último muso, albañil y joven entonces, que aún le profesa devoción en la actualidad. Rápidamente como de rayo se corrió la voz y el maestro Jesús Antonio Villa Rodríguez tomaría cartas en el asunto, manejando su coche y sin dejar de decir “chingada madre”.

Un poeta congruente con su propio ser, que se supo asumir como homosexual y no temió cantar El Otro Amor. Aunque esto lo convirtió en su momento en piedra de escándalo de los hipócritas y blanco de las críticas y de la homofobia. Canto con toda la belleza de la que era capaz un poeta bajo cuya poesía se encontraban enterrados varios hombres.

Su poesía se encuentra viva en poetas jóvenes y otros maduros que no necesariamente lo conocieron, porque la obra ha trascendido al personaje, cosa que no se podría decirse de quienes lo vituperaron desde el poder y el ISC en su momento. Poetas tales como Ricardo Solís, Jorge Ochoa, Josefa Isabel Rojas Molina (entre sus amigos) César Cañedo, Elvis Guerra, (de la nueva generación) y un larguísimo etcétera de noveles lectores de sus versos.

Hace algunos años alguien afirmó que en rigor Bohórquez tenía más admiradores que lectores. Esta realidad ha sido revertida, destacando la labor emprendida por el Dr. Gerardo Bustamante Bermúdez al recopilar hace pocos años su poesía completa e inédita además de trabajos de rescate de su dramaturgia. Destaca también el trabajo de la Dra. Ana Álvarez que ha estudiado acuciosamente la poesía de Bohórquez y su cariz autobiográfico. Mención aparte merecen también la obra de promoción de la obra de Bohórquez que han realizado tanto la cineasta y amiga del bardo Mónica Luna (quien le dedica un impecable documental) y el poeta tabasqueño Dionicio Morales quien le publicó póstumamente una impecable antología Las Amarras Terrestres (2000).

Salve, Abigael, los que hemos de morir te saludamos.