sábado, septiembre 13, 2014

Hace casi veinte años...

Hace casi veinte años, cinco meses después de que asesinaran a Colosio, ingresé a la licenciatura en Literaturas Hispánicas de la Universidad de Sonora. No recuerdo cuál fue la primera clase que tuve, pero sí recuerdo quiénes fueron mis primeros profesores: Gerardo Bobadilla Encinas, Fermín González Gaxiola, Volker Schuller-Will, Max Figueroa Esteva, Leticia Martínez y un profesor cuyo nombre ha quedado sepultado en mi memoria bajo el ridículo mote de El Muerto. A todos ellos les guardo gratitud por su paciencia y enseñanzas, en especial agradezco sus palabras siempre certeras a dos grandes que ya se nos adelantaron en el camino (curiosamente ambos de origen extranjero): Volker y Max. Gracias a todos ellos, no me he deformado más de lo que ya lo estoy, profesionalmente hablando.
No voy a presumir que mi opción por esta licenciatura se debió a mi voracidad lectora y que, al par que Paz, disfruté de una gran biblioteca desde mi más tierna infancia. No, mi inclinación se debió a otra suerte de inquietudes: La educación como medio de transformación de la sociedad, vaya, la utopía, la revolución Cubana con música de Silvio Rodríguez de fondo, un andar jipioso y soñando con una sociedad más justa que no excluía la protesta social. Sé que mi ingenuidad tal vez sea de dar pena ajena, pero lo vivido nadie me lo quita. Incluido el años anterior, cuando había transitado dos curiosos semestres en la licenciatura en Matemáticas de la misma universidad, mi querida Alma Mater.
Insisto: En esos inicios ni siquiera era un mediano lector de literatura. Recuerdo que el profesor Bobadilla nos puso como una de las primeras lecturas en el aula "El niño yuntero" del grandioso Miguel Hernández. Mi fascinación no conoció límites. Volví y revolví sobre ese poema de denuncia social, pero que finalmente es más poema que denuncia, me condolí de la miseria del niño, pero más me condolí de la miseria de no poder hacer nada por él: Ya estaba muerto, del mismo modo que todos estamos camino al cementerio. 
No, no era un lector habitual de literatura (como sí lo eran varias de mis compañeras de grupo, algunas años más jóvenes que yo, recién egresadas de la prepa; como sí lo eran otras compañeros y compañeras que habìan tenido estancias por otras licenciaturas e ingenierías.) Claro, también había otros como yo que habían leído otras cosas en lugar de literatura. O que habían leído de todo, como el buen Javier Bustamante Trelles, hombre hecho y derecho que ya tenía una vida hecha y era el de mayor edad de mis condiscípulos.
Espero continuar hablando de mis años universitarios en próximas entregas.

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