lunes, agosto 31, 2009

Dos estancias o de cómo no sentirse escindido


0. La siguiente reseña la publiqué hace diez años, cuando el libro en cuestión acababa de ser publicado por una editorial hoy desaparecida. Considero que el mismo merece ser celebrado y reeditado. Por eso vuelvo a publicar la reseña, sin corrección alguna--Ojalá alguna institución se anime a reeditar el ensayo en cuestión donde el Dr. Miguel Manríquez llama la atención acerca de uno de los poetas más originales del siglo XX mexicano: Abigael Bohórquez.


1. Nadie leería mejor a un poeta que precisamente otro poeta, y desde esta perspectiva se nos presenta Miguel Manríquez Durán con su libro Abigael Bohórquez: pasión, cicatriz y relámpago, de la colección voces del Desierto del periódico El Independiente.
El poeta es ni nada más ni nada menos que un ser humano como otro cualquiera, que puede hacer lo que haría cualquier otro ser humano y que además hace poesía. Y es en esto último donde está la marca distintiva no siempre perceptible para el común de los transeúntes. Con una mirada primigenia, el poeta redescubre el mundo más allá de todo consuelo fácil que no tiende la trampa, vive desde siempre herido por la palabra y por la soledad de un diálogo interno, en un afán de búsqueda con tal de saciar una sed inagotable que le canta en el oído, ministerio de luz, la cual al no dejarse apresar, nos libera.
Como ente individual y colectivo, el poeta lee (interpreta) los signos de los tiempos; no sólo piensa la realidad, siente y se sabe para el abismo, sin dejar por ello de tomar lo mejor de sí mismo para seguir dando fruto, a plena luz y en media plaza, canción de amor y de muerte por un futuro que ya recuerda para presagiar desde el presente.
Aún no amanece del todo, y ya Miguel Manríquez Durán nos ofrece un trazo equilibrado de calles por donde podremos transitar para el disfrute de la gracia de sobrevivir a incendios. A casi cinco años de la desaparición física del poeta caborquense nos dice “Abigael Bohórquez tiene, en rigor, pocos lectores y muchos admiradores”.
El mito ha sobrepasado al poeta. Por eso, este ensayo --que ve la luz y a la vez nos la otorga de gracia-- es una llamada de atención, como si Manríquez nos dijera: “miren lo que hay aquí, miren lo que encontré”. En alguna ocasión él comentó: “Siempre, el mejor homenaje a Abigael Bohórquez será leerlo”.
Es su ensayo un cúmulo de ideas en espera de ser discutidas, polemizadas, oficio alfarero para el frescor de la arcilla, un análisis que va más allá de la simpatía personal. Es la continuación de un debate en espera de reavivarse continuamente, deseando que siga una serie de trabajos específicos que promuevan la reescritura de la historia de la literatura sonorense.

Pero
he aquí
que Abigael Bohórquez
tiene que vivir.
A como dé lugar, se dice.
Resuelve. Vuelve a sentar palabra.
Y premoniza.
Andando.
Hoy es día de muertos.
Y por eso.

(Heredad, 1956-1978. Antología provisional)

2. El libro que nos ocupa es, entre otras cosas, una valiosa experiencia de lectura. Recurre a la intertextualidad y en ella sitúa a Abigael. Por eso no es de extrañar que una de las líneas más importantes de reflexión corra en el sentido de cómo el poeta aprende (abreva) de otros poetas, de cómo Bohórquez es, a la vez, interlocutor y heredero de otros poetas, verbigracia, Salvador Novo, Efraín Huerta, Federico García Lorca, Carlos Pellicer, Luis Cernuda, Quevedo,... Este hecho da fe de cómo se reconoce al semejante por naturaleza, compartiendo asimismo variadas cicatrices.
Un segunda línea de reflexión resulta de explicar la obra literaria de Abigael Bohórquez en el eje totalizante y ordenador que es la pasión, entendida ésta no como el desborde de anarquía absoluta (si es que tal cosa pudiera existir), sino como sustento de una sabiduría poética, como signo de lucidez deslumbrante que atraviesa la vida; la pasión poética se constituye entonces como “el lugar encumbrado de toda reflexión ética, el valor máximo que ésta puede señalar, el horizonte mismo que da sentido a una existencia, la meta que debe alcanzarse sin descanso alguno ya que en ella puede decirse que hay salvación y milagro, amor y poesía (...)”
Manríquez refiere que Abigael plantea su propia percepción de la poesía y en ella se evidencia su fidelidad a las convicciones básicas de poeta; “la maravillosa congruencia que existe entre el hombre y el mundo” (Emerson). O como dijera Luis Rey Moreno Gil refiriéndose a Bohórquez: “Cuando lo conocí encontré que había una congruencia que no era nada más el uso perfecto del lenguaje, sino que mucho de lo que reflejaba su poesía era él mismo.”
Hacia el final del ensayo se nos presentan dos estancias distintas de Bohórquez: la primera de ellas comprende desde sus primeras incursiones literarias en 1955 hasta 1981, año en que publica Heredad, 1956-1978, antología provisional; la segunda, abarca desde 1982 hasta su muerte en 1995, la cual está reflejada en Poesía en limpio 1979-1989.
Ambas estancias son una continuidad, pero poseen aspectos que las diferencian tanto vivencialmente como literariamente: la muerte de su madre, el regreso a Sonora después de un exilio de casi treinta años, diferencias en las temáticas y recursos formales de sus poemas.
“De ti anocheceré y, anocheciendo,/ seré escombro de amor desconcedido”. El ser humano siempre --y a pesar de todo-- será un ser escindido, mínimamente: él y su deseo. “Laura siempre perseguida, siempre tumbada sobre los encuentros y fugitiva siempre”, como escribiera alguien que trataba de no sentirse dividido.

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