El
poeta a través del tamiz de sus sentidos, fraseologías, pensares y
pesares, se apropia experiencias que no son son sólo suyas sino
también de los hombres que antes o después de él han pisado la
tierra. Como dijera Ralph Waldo Emerson: “El poeta es
representativo. En medio de los hombres parciales es el hombre
completo, y no nos pone al tanto de su riqueza, sino de la riqueza
común. El joven reverencia a los hombres de genio porque, a decir
verdad, ellos lo representan mejor, son más él que él mismo.”
Esta
idea del poeta como ente representativo de la humanidad se manifiesta
en el poemario Por el camellón del viejo puente,
de Alejandro Campos Oliver, donde a través de un imaginario
conceptual se vuelve sobre el tema de las ciudades, ese producto de
la modernidad. La ciudad, que es una y que es todas, y que admite
variados registros lingüísticos y es inabarcable de tan inmensa y,
a la vez, tan humana y tan miserable.
El
poeta como hijo maldito de la modernidad, de la revolución
Industrial, es expulsado de la cadena productiva como un inútil,
según analiza Octavio Paz en La otra voz. Poesía y fin de siglo.
El poeta se siente ajeno, extraño, a la ciudad que pretende
prescindir de él, y es al mismo tiempo la “voz otra” que dice lo
que otros quisieran y no saben ni pueden hacerlo.
xix
Caminar hasta el cansancio
perderse si es necesario,
aunque exhausto se llegue
al terreno verdadero
donde se es uno mismo.
El
poeta es un noctámbulo que llega a las regiones más oscuras, y cuya
salvación es perderse para solamente así encontrarse a sí mismo. Y
al encontrarse a sí mismo es Virgilio que desciende al infierno de
la ciudad y nos guía con su imaginería. La intuición poética en
breves postales vistas en sendos poemas cortos.
xlvii
Cables
y tuberías sacuden
las
vértebras de los postes,
con
sus venas y raíces
reclaman
en mutismos
por
los ríos de basura
que
en su pulso llevan.
La
ciudad antropomorfizada, hecha un ser humano (y al mismo tiempo,
inhumano) que sufre en el reflejo de quienes la habitan y la llenan
de basura, de esa basura externa que es reflejo de otra interna,
donde el infierno son los otros, al mismo tiempo que “yo” es
“otro”. Un realismo sucio que no deja de llamarnos con la más
incitante de las voces para decirnos que también en la ciudad
monstrua hay poesía, en imágenes que tienen por momentos resabios
estridentistas.
xxxiv
La
jaula del consumo
es
una lóbrega sonrisa
expelida
por el guiño
de
un cadáver afanoso.
En
un eterno deseo se chamusca.
Laberinto
de orines que germinan
en
flores de amargos ojos.
¿De
quién es ese “cadáver afanoso”? Puede ser de mí, de
cualquiera, del otro. Pues ya lo dijo Abigael Bohórquez en su
Memoria en la Alta Milpa:
“Todos estamos muertos de antemano”. Hecha
de “ronquidos de motores” y “caminos fragmentados de ceniza”,
la poesía de Campos Oliver tiene la inquietante virtud de sernos una
invitación al espejo, a mirarno con más calma en la sucia vorágine
de los días.
Alejandro Campos Oliver, Por el camellón del viejo puente, Universidad Autónoma del Estado de Morelos-Ediciones Eternos Malabares-Mester de Junglaría, 2013, 58 p.
2 comentarios:
Gracias por su atenta lectura mi amigo Ramón!
No hay de qué amigo!
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