domingo, septiembre 11, 2005

Metafísica aristotélica en Muerte sin fin

José Gorostiza nos dice en sus Notas sobre poesía que “la poesía, para mí, es una investigación de ciertas esencias –el amor, la vida, la muerte, Dios–que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias”. Dicha investigación poética, vale decir, no es propiamente un discurso filosófico, pero en su juego de espejos y en su intuición ilumina la visión de la vida: la filosofía. Espejos que son palabras reflejándose en múltiples relaciones.
Ya ha dicho Octavio Paz que en Muerte sin fin se concilian Parménides y Heráclito. Es decir, se concilian –filosóficamente– el ser y el devenir. Este binomio que recorre al poema convierten a éste en dueño de una filosofía muy cercana al pensamiento de Aristóteles de Estagira, el pensador clásico más influyente en la Escolástica, el cual también logra conciliar esa oposición aparentemente irreductible: Permanencia y cambio, ser y devenir.
Desde esta comparación entre Aristóteles y Gorostiza, podemos hablar dela presencia de la metafísica del estagirita en uno de los más importantes poemas del siglo veinte: Muerte sin fin.
El hombre como agua, el agua como imagen del ser humano (me descubro/ en la imagen atónita del agua, vv 8-9). El agua es a lo largo de MSF una alegoría del ser humano, donde se busca la esencia de éste. La alegoría entendida como un enlazamiento de metáforas que se organizan en la formación de un sistema de significación.
En torno a esta alegoría del agua se vuelve sobre las primeras causas respecto del ser humano. ¿Cuántas y cuáles con estas causas? Esta pregunta corresponde a una de las maneras como Aristóteles define a la Metafísica: “indaga las causas y los principios supremos o primeros”. El estagirita ha llegado a la conclusión de que las causas deben necesariamente ser finitas en cuanto a su número y ha establecido que, por lo que respecta al mundo del devenir, se reducen a las cuatro siguientes: 1) causa formal; 2) causa material; 3) causa eficiente, y 4) causa final.
Las dos primeras no son más que la forma o esencia y la materia, que constituyen todas las cosas y de las que más adelante tendremos que hablar con mayor detenimiento. Recuérdese que “causa” o “principio”, para Aristóteles, significan “condición” o “fundamento”. Ahora bien, materia y forma son suficientes para explicar la realidad desde un punto de vista estático. En cambio, si las consideramos dinámicamente, en su devenir –al producirse y al corromperse– entonces ya no basta con estos elementos. Es evidente, por ejemplo, que si consideramos a un hombre determinado desde un punto de vista de estático, ese hombre se reduce a su materia (carne y huesos) y a su forma (alma). En cambio, si lo consideramos desde una perspectiva dinámica y preguntamos “cómo ha nacido”, “quién lo ha engendrado” o “por qué se desarrolla y crece”, entonces se hacen precisas otras dos causas o razones: la causa eficiente o motora –el padre que lo ha engendrado– y la causa final –la finalidad o el objetivo al que se encamina el devenir del hombre.[1] Con base en estas categorías causales, es posible establecer un breve recorrido a través MSF.
Causa formal. Es posible encontrarla –sobre todo– al entrar en contacto la alegoría del vaso con la alegoría del agua, donde ésta toma forma al entrar en contacto con el vaso, como en los versos 20-22:
No obstante –oh paradoja– constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
Forma y materia como opuestos complementarios, donde la primera constriñe, limita, especifica. Tal como dice Aristóteles, la materia es el principio generalizante, la forma es el principio especificante. Un pasaje donde se recontinúa este tema está en los versos 348-357:
En el rigor del vaso que la aclara
el agua toma forma.
Trae una sed de siglos en los belfos,
una sed fría, en punta, que ara cauces
en el sueño moroso de la tierra,
que perfora sus miembros florecidos,
como una sangre cáustica,
incendiándolos, ay, abriendo en ellos
desapacibles úlceras de insomnio.

Es el agua que se busca a sí misma (sed de siglos e los belfos), a semejanza del ser humano que se busca a sí mismo. Una búsqueda tormentosa de la cual es signo el sueño creativo o el sueño de crear nuevos mundos (desapacibles úlceras de insomnio).
Es la forma que se idolatra a sí misma, o dicho en palabras de Octavio Paz: el monumento que la forma se construye a sí misma.
A través de la palabra sometiendo a procesos de la forma, el agua (imagen del ser humano) crea su propia imagen, poseída por el trance creativo, poseída por el limpio cruce metáforas que es MSF:
En el nítido rostro sin facciones
el agua, poseída,
siente cuajar la máscara de espejos
que el dibujo del vaso le procura.
Ha encontrado, por fin,
en su correr sonámbulo,
una bella, puntual fisonomía.
Ya puede estar de pie frente a las cosas.
Ya es, ella también, aunque por arte
de estas limpias metáforas cruzadas
un encendido vaso de figuras.

(vv. 378-388)

El “correr sonámbulo” es clara alusión a la creación como un sueño. Este “bella, puntual fisonomía” es resultado del proceso formal (la poesía) con que el agua (el ser humano) se conoce a sí mismo, construyéndose una propia identidad. Recapitulando: la palabra como creadora del universo.
“Mas la forma en sí misma no se cumple.” (v. 422) La forma a sí misma no se basta, no se sostiene, no se comprende sin la participación de la materia. De hecho, la forma lleva en sí misma el germen de su propia muerte, pues como dice Gorostiza en sus Notas sobre poesía: “Nada envejece tan pronto, salvo una flor, como puede envejecer una poesía. El poeta la hará durar un día más o un día menos, según su habilidad para sustraerla a la acción del tiempo.”
Trajo la proa puesta a lo amarillo.
El aire coagula entre sus poros
como un sudor profuso
que se anticipa a destilar en ellos
una esencia de rosas subterráneas.
(vv. 446-450)
El sujeto de las oraciones de los versos anteriores es la forma, la forma que va buscando otras formas (v. 442). La forma que navega hacia la putrefacción (lo amarillo), cuyos poros se saturan: descomposición.
Si bien la forma en sí misma no se cumple, y tampoco la materia, el compuesto de materia y forma –que Aristóteles denomina synolon– es substancia de pleno derecho, ya que reúne la substancialidad del principio material y del principio formal. De ello nos hablan los versos 496ss:
En la red de cristal que la estrangula
el agua toma forma,
la bebe, sí, en el módulo del vaso,
para que éste también se transfigure
con el temblor del agua estrangulada
que sigue allí, sin voz, marcando el pulso
glacial de la corriente.
Pero el vaso
–a su vez–
cede a la informe condición del agua (...)

Es decir, el vaso también se ve modificado (cede) al darle forma al agua, en un proceso vital caracterizado por la creatividad, donde forma y materia son indispensable la una para la otra, pues (como afirma Aristóteles) materia sin forma no es substancia.
Causa material. Hablar de este tipo de causa remite necesariamente a los conceptos aristotélicos de potencia y acto, pues si bien el primero se identifica con la materia, tanto el primero como el segundo son inseparables en su descripción, ilustrada mediante ejemplos. Existe una gran diferencia entre un ciego y alguien que tenga los ojos sanos, pero cerrados: el primero no es vidente, mientras que el segundo sí lo es. Es vidente en potencia pero no en acto. Decimos de un trigal recién plantado que es trigo en potencia, mientras que de la espiga madura decimos que es trigo en acto. Esta distinción desempeña un papel esencial en el sistema aristotélico, solucionando diferentes aporías en diversos ámbitos. La potencia y el acto –cosa que hay que tener muy en cuenta– se dan en todas las categorías (pueden hallarse en potencia o en acto una substancia, una cualidad, etc.) Nótese, además, que la materia es la potencia de la forma: sin la primera no es imaginable la segunda: la forma pura es muerte. Así, MSF nos habla de la semilla como potencia de ramas, tegumentos, potencia de un vegetal en los versos 249-254
que pudiera soñarse germinando,
probar en el rencor de la molécula
el salto de las ramas que aprisiona
y el gusto de su fruta prohibida,
ay, sin hollar, semilla casta,
sus propios impasibles tegumentos.

La materia limita las potencialidades de la forma: no se podría esperar peras del olmo. El cuerpo de la criatura lleva en sí mismo el germen (la potencia) de la muerte y del sufrimiento, v. 70-72
en donde el ojo de agua de su cuerpo
que mana en lentas ondas de estatura
entre fiebres y llagas;

El ser material de la criatura está, asimismo, limitado por el tiempo, según se ve en los versos 81-82:
¿Qué puede ser –si no– si un vaso no?
Un minuto quizá que se enardece hasta la incandescencia

En los versos 397-402 se insiste sobre la misma idea de que la forma por sí misma es inútil, es muerte: el vaso (principio formal) no se cumple si carece de agua (principio material):
Pero el vaso en sí mismo no se cumple.
Imagen de una deserción nefasta
¿qué esconde en su rigor inhabitado,
sino esta triste claridad a ciegas,
sino esta tentaleante lucidez?
Tenedlo ahí, sobre la mesa, inútil.

Así como acto y potencia son inseparables, así también lo son materia y forma.
Causa eficiente. La causa eficiente por excelencia es Dios, que en MSF no necesariamente ha de identificarse son el Dios cristiano, pues bien podría identificarse con el dios poeta. Es la causa eficiente por excelencia porque sólo a través de él los demás seres adquieren forma, empezando por el ser humano, como se ve en los versos 50-55:
¡Más que vaso –también– más providente!
Tal vez esta oquedad que nos estrecha
en islas de monólogos sin eco,
aunque se llama Dios,
no sea sino un vaso
que nos amolda el alma perdidiza,


Al amoldar el alma perdidiza, Dios la transfigura a imagen y semejanza suya (vv. 111-115):

Es un vaso de tiempo que nos iza
en sus azules botareles de aire
y nos pone su máscara grandiosa,
ay, tan perfecta,
que no difiere un rasgo de nosotros.

Pero en MSF Dios no es la única causa eficiente. También lo es el sueño como imagen del proceso creativo artístico (vv. 175ss):
Más en la médula de esta alegría,
no ocurre nada, no;
sólo un cándido sueño que recorre
las estaciones todas de su ruta
(...)
concibe el ojo
y el intangible aceite
que nutre de esbeltez a la mirada;
gobierna el crecimiento de las uñas
y en la raíz de la palabra esconde
el frondoso discurso de ancha copa
y el poema de diáfanas espigas.

También la inteligencia es causa eficiente, crea al dar forma. (¡Oh inteligencia, soledad en llamas, / que todo lo concibe sin crearlo!, vv 255-256). La forma es, a la vez, lo que permite entender un ser, pero la forma que yace en la materia: para Aristóteles no existe el mundo de las ideas platónico, sino sólo compuestos de materia y forma, siendo esta última sinónimo de “lo inteligible, la idea”.
Causa final. Como ya se ha comentado, la causa final constituye aquella que determina el para qué de un ser: un lápiz fue creado para escribir, una arma para herir o matar, etc. En general, MSF da una idea cósmica: la creación entera ha sido creada para ser descreada, a la creación sigue la descreación: la muerte, causa final de todo lo que es. Esta idea se da gracias a que las secciones I-VI da pie a la creación; se introduce un intermedio; las secciones VIII-XVIII dan la idea del camina de vuelta a los orígenes (la nada), la involución; y la última sección (XIX) se termina con los célebres versos cargados (simultáneamente) de ironía, de resignación, de nihilismo:
¡Anda, putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!


Si según San Agustín, Dios es la causa final de todo lo creado (“Nos creaste para ti, Señor, y nuestro espíritu inquieto estará hasta que repose en ti”), para Aristóteles Dios será el motor inmóvil, aquella causa eficiente que no cambia (que no se mueve): no hay creación. En MSF es posible encontrar tanto la posibilidad de que Dios no exista, como la posibilidad de que haya muerto (sección XIX). Ello da pie a que no haya otra causa final del cosmos que la muerte, si bien no niega la existencia de causas finales menores, como la materia para la forma, el acto para la potencia, y viceversa.
[1] Cfr. . Giovanni Reale y Dario Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico, Herder, Barcelona, 1994, p. 165.

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